Irene Muñoz Diaz

Irene Muñoz Díaz creció en Camargo, Chihuahua, México. A sus veintitantos años, conoció y se casó con Don Gregorio De León, y tuvieron la bendición de tener seis hijos. Irene fue querida y apreciada por sus hijos, nietos e incluso bisnietos. Amaba a su familia incondicionalmente y nunca juzgó a nadie. Para su familia, ella era un símbolo de confianza, consuelo, valentía y fortaleza. Irene era ama de casa, le encantaba cocinar, compartir sus recetas y alimentar a todos constantemente. También disfrutaba bailar, cantar, ver telenovelas y jugar a la lotería. A Irene también le encantaban los pequeños perros chihuahua y tenía un par de perros.

Irene vivió en su rancho con su eposo en México hasta su fallecimiento hace tres años y medio. Dejó atrás a muchas amigas, con quienes aún mantenía contacto, y se mudó a Kansas City para vivir con su única hija y su yerno.

Sin importar cómo se sintiera Irene, siempre tenía una sonrisa en el rostro y luchó hasta el final, sin rendirse jamás. Irene siempre tuvo sentido del humor y encontraba la felicidad en todo. Cada desafío que Dios le puso, lo aceptó y oró para superarlo, sirviendo de inspiración a todos sus seres queridos. Vivirá en el corazón de todos sus seres queridos para siempre.

Irene Muñoz Diaz was raised in Camargo, Chihuahua, Mexico. In her 20s, she met and married Gregorio De Leon and they were blessed with 6 kids together. Irene was cherished and loved by her children, grandchildren and even great-grandchildren. She loved her family unconditionally and never judged anyone. For her family, she was a symbol of trust, comfort, courage and strength. Irene was a stay at home mom, loved to cook, share her recipes and feed everyone all of the time. She also enjoyed to dance, sing, watch telenovelas and play La Loteria. Irene also loved small chihuahua dogs and had a couple of dogs herself.

Irene lived at her ranch with her late husband in Mexico until his passing 3.5 years ago. She left behind many lifelong friends, whom she still remained in contact with, and moved to Kansas City to live with her only daughter and son-in-law.

No matter how Irene felt, she always had a smile on her face and she fought until the end, never giving up. Irene always had a sense of humor and found happiness in everything and anything. Every challenge that God gave her, she accepted and prayed her way through serving as an inspiration to everyone that loved her. She will live in the hearts of all of her close ones forever.